lunes, 1 de marzo de 2010

ARTICULO DEL XVIII DESCENSO (PUBLICADO EN EL PERIODICO LA VERDAD)

XVIII DESCENSO DEL CAÑÓN DE ALMADENES
Remolinos de pura adrenalina
Más mujeres que nunca. l desafío

< Un remolino inclina peligrosamente la frágil unión de cámaras de neumático, cinta aislante y red de seguridad que conforma la embarcación Cordada. Sus cuatro tripulantes parecen dominar un instante la situación, pero el río los empuja contra una roca y acaban volcando. «¡Cuatro!», grita un miembro de la seguridad desde la ribera y un centenar de personas contiene la respiración hasta que el cuarto casco azul emerge de entre las espumas del Segura. Adrenalina en estado puro y en plena naturaleza. Es el descenso del Cañón de Almadenes, una iniciativa que surgió hace 18 años en el seno de la Organización Juvenil Española (OJE) de Cieza. Andrés Hurtado, el coordinador del recorrido, trata de que nada falte a los 80 participantes, venidos de puntos tan dispares de España como Teruel, Barcelona o Alicante. «Esto es un poco más manejable, en 1999 tuvimos bajando a 200 personas», recuerda Hurtado.
Nada que ver con aquel descenso pionero, en una balsa de bidones atadas con tensores, que afrontaron seis valientes en 1985: «Tuvimos suerte de que el río no bajara con agua», rememora José Buitrago, uno de ellos, «porque si no, nos ahogamos». Un destino fatal que tres alicantinos encontraron entre los rápidos de Almadenes en 1990, cuando sin preparación ni supervisión y fuera de la prueba oficial, se lanzaron a la fuerte corriente.
Límite de participación
Aquel suceso endureció la disciplina de la organización. La Consejería de Medio Ambiente también puso su granito de arena al declarar el cañón paraje natural y limitar a 20 embarcaciones y 80 personas la participación en la prueba. Casco, chaleco y red de seguridad son condición indispensable para todos los que se atreven con el descenso.
La experiencia también ha aportado seguridad al recorrido. Después de 18 años, los bidones han dejado paso a auténticas maravillas de la ingeniería artesanal, confeccionadas con cámaras de neumáticos reforzadas con materiales que van desde la cinta aislante más tradicional a la fibra de vidrio de la tecnología espacial.
Los organizadores cuentan con el apoyo en el dispositivo de seguridad y control de los grupos operativos de rescate de Montaña y Subacuático de la Dirección General de Protección Civil, además de personal sanitario de Cruz Roja y una dotación de bomberos. Sin embargo, y debido al poco caudal que el Segura llevaba, sólo ha habido que lamentar alguna contusión, varias rozaduras y muchas espaldas quemadas por el sol.
«Algunos de los participantes se echan atrás cuando ven lo que les espera tras la presa, pero son los menos», afirma otro de los miembros de la organización, Pedro Ríos. El estruendo del agua cayendo en un desnivel de 20 metros es el sonido ambiente que preside toda la reunión. Pero el cañón es sólo una etapa de un viaje que comenzó el viernes y que hoy culmina en Abarán.
Los expedicionarios partieron en sus embarcaciones del puente de hierro de Calasparra, donde una multitud despidió a la flotilla. Antes, concentración en el campamento base, recomendaciones prácticas de navegación y primera cena de confraternización: «Conocer gente de otros lugares y con las mismas aficiones es también un aliciente para venir», comenta uno de los navegantes.
Belleza salvaje
El Segura, aún majestuoso y juvenil, serpentea por parajes de incomparable belleza y acerca a sus huéspedes hasta lugares inaccesibles si no es a través del cauce, como una cueva con pinturas rupestres o zonas de anidación de aves. En esta primera etapa, los remos ayudan a una corriente perezosa y lenta.
La presa de Mulata marca el principio de la aventura. Los improvisados botes salvan el desnivel con cuerdas y comienzan a salir en intervalos perfectamente regulados para no crear peligros añadidos a los rápidos. En ese momento, el corazón late con fuerza y cuando el agua acelera su curso en lo que los participantes llaman el zig-zag y el tobogán, la adrenalina se dispara.
Vicente Millán, uno de los turolenses que volcaron, anima a sus compañeros, vuelve a subir al bote y grita: «¡Venga, que ya estamos!»>

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